Tomoyo: El himno de Saturno

Está ahí para el resto de camino, debajo, encima, dentro, muy dentro, hasta que te hace sangrar lágrimas cuando no estás cerca. Ella con una cría rebelde, el señor tostado de los vientos y una madre naturaleza perdida sigue poniendo hiedras en las columnas de su habitación cantando con sus manos, desprendiendo un olor a brebaje rojo del que todo el universo se enamora. Su hermandad esparcida por los cuatro costados de su cuerpo late alborotada y ninguno sabe que los seres del sentimiento están sufriendo cuando cada trueno que lanzan cae con una luz perturbadora en su cara, caída tras caída la sacuden mientras su cristal blanco llora desconsolado en su alcoba, entre sábanas, entre telas y cabellos por creer no saber originar vida de entre sus enrojecidos dedos , le duele, le duele por el estúpido miedo a perder, el dolor de la indiferencia, el clamor de su plebe, el impresionante, el profundo, y silencioso amor a su adorado y fiel ciervo albino y alado, animal de confianza, sillón de sueños, abrazo de llantos, el estupor de sus besos, la danza de la delicadeza, ese amor arraigado a sus costillas, doloroso y lento que mana a chorros desde su pecho, de un triángulo tatuado en la piel negra, símbolo de infinitud y guerrero del miedo a morir, sin haber probado lo prohibido, la luminancia de la aureola de plata, mojar ambos los labios en la taza Lace, caer en el más perecedero sueño que embriague a 2000 reinos y mostrar a todos su amor. Impresionante, profundo y silencioso amor.